martes, 7 de julio de 2015

Día 73

Último sábado en Florencia. Cada vez que miro mi ropa, las cosas que he comprado, las que quedan por comprar y mi maleta, me deprimo. No me va a caber todo ni de coña, y si cabe, me voy a pasar de peso si o si. Pero eso hoy no me importa, porque me voy de excursión. Iba a ser la última salida pero, como agradecimiento a haberles ayudado con la tarta, mis caseros me van a llevar al único sitio que me faltaba de mi lista inicial y al que sólo se puede acceder en coche. Pero vamos a lo que vamos.
Me despierto a las muy pronto por la mañana y aunque me he propuesto no tener cuidado con Vero esta última semana, parezco más silenciosa que de costumbre. Desayuno, me visto y cojo el bus hasta la estación de tren. El viaje es tranquilo y tardo menos de lo que pensaba en llegar a Pontedera. Salgo de la estación y voy en busca de la plaza desde donde sale el bus que debo coger para llegar hasta Volterra. Estoy muy contenta de que la gente me entienda cuando les pregunto cosas en italiano. Compro el billete de ida y vuelta y me monto en el bus. Este viaje si que es bastante más aburrido, pero el momento en que Volterra aparece en la cima del monte justo tras una curva es impresionante. Salgo del bus y me dirijo a la plaza principal donde está la oficina de información y turismo. Me dan una guía en italiano e información sobre las 1000 Millas, que da la casualidad de que pasan hoy por aquí. Entro a la exposición de coches antiguos que han puesto por la ocasión y saco fotos mil. Voy haciendo la ruta que recomiendan en la guía y asombrándome cada vez más con los edificios, las calles, tiendas... todo es precioso. El cuanto veo el arte de alabastro que se hace aquí tengo claro que me iré con una pieza a casa. La cosa está en saber qué me llevaré. Llego hasta las ruinas del teatro romano tras pararme cada dos por tres a fotografiar los preciosos coches antiguos que pasan cada poco por el circuito callejero que han preparado: Ferraris, Fords, Citroens, Lamborghinis... qué envidia y qué felicidad.
Las callejuelas son estrechas y se agradece la sombra. Grandes arcos con cristaleras unen edificios a 10 metros sobre el suelo de vez en cuando. Llego a una pequeña ermita en uno de los extremos del pueblo. Más allá sólo está la falta de la colina. Desde aquí hay unas vistas preciosas de los campos de cultivo colindantes. Cerca de la ermita hay una fuente natural enmarcada por dos arcos góticos. Antes se utilizaba como lavandería y abrevadero, pero ahora es meramente decorativa.
Recorro el borde de Volterra hasta llegar al Duomo. El edificio principal es muy modesto comparado con lo que nos tiene acostumbrados la Toscana, pero el baptisterio tiene una bonita planta hexagonal. Me acerco a la plaza principal donde he comenzado mi vuelta a la ciudad y observo los escudos de piedra que decoran las paredes principal de los edificios. Parece que decenas de familias se unen aquí para dar testimonio de su paso por la historia.
Me dedico a pasear, sin acercarme mucho a la cárcel aún en funcionamiento, y a mirar tiendas el resto del día. Al final encuentro los detalles perfectos para llevar a casa, y a un precio increíble.

Hago el viaje de vuelta hasta Florencia y me encuentro con que ha estado lloviendo toda la mañana, así que el ambiente es algo más gris que estos últimos días. Pero esto no va a amargarme el día. Dado que he llegado a una hora decente, voy a tachar una de las cosas de la lista por hacer: ¡brownie en el Hard Rock Cafe! Que cosa más rica, madre mía. Y así, os dejo disfrutar de lo que para mi ha sido uno de los mejores días de esta maravillosa experiencia.

lunes, 8 de junio de 2015

Día 66

Me vais a permitir que me salte una semana aburrida salvo por las perlas de limpieza de la Vero y algún que otro momento en el curro. Lo importante de esta semana es el sábado.
Para poneros en antecedentes hay que trasladarse al jueves, donde al llegar del curro a la noche me encontré con dos platillos con tartas. Este domingo es la comunión de la nieta de mis caseros, y aprovechando que me gusta mucho la pastelería, me pidieron ayuda para hacerle la tarta a la nena. Así que, elegida la clase de tarta que queríamos hacer, nos ponemos las dos (P. y yo) manos a la obra. Ella ya ha hecho la base de bizcocho, así que rellenamos los dos pisos con crema pastelera normal y de chocolate. Antes de montar los pisos los recubrimos con una fina capa de crema de mantequilla y nos preparamos para cubrir con fondant. Este sí es un reto para mi. Es la tarta más grande que he tenido que hacer jamás, así que voy despacio y con tiento para que salga a la primera.
He de admitir, no sin cierta satisfacción, que la cara perro de Vero el par de veces que pasa por la cocina me hace sentir de perlas. Pero prosigamos con la tarde y con la tarta. Asombrosamente, consigo cubrir los dos pisos de la tarta y montarlos a la primera. Vemos que se nos ha quedado un poco inclinado el piso superior, así que lo arreglo mientras P. va a buscar una decoración a una tienda cercana. Ya que la tarta es blanca, hemos decidido hacer unas rosas amarillas y unas mariposas que combinen los dos colores; y luego le haré un bordado con glasa en amarillo para darle algo más de color. P vuelve de la tienda con un lazo precioso que cose para ponerlo alrededor de la tarta y nos ponemos manos a la obra con las rosas. Conseguimos hacer todas las rosas justo a tiempo de la visita de una de sus hijas. Tanto ella como su marido se quedan impresionados por cómo va la tarta. Mientras P. los atiende, me pongo con las mariposas, ya que hay que formarlas y luego esperar a que se sequen en la posición correcta antes de pintarlas. Pinto los bordados y termino las mariposas. Colocamos el lazo, las rosas y las mariposas y los últimos detalles de glasa y damos por terminada la tarta.
Estamos muy orgullosas de ella, y creemos y esperamos que le guste a la pequeña, que es la que realmente importa.

El domingo a la tarde, cuando los P. y C. vuelven de la comunión, nos traen un trozo de tarta para que la probemos y me dan la buena noticia de que la tarta les ha encantado a todos. 

Día 58 y 59

Sábado sabadete y... ¡excursión al canto! Si, ayer estuve de tarde y llegué más tarde aún a casa, pero hoy, en cuanto suena el despertador, salto de la cama y en un periquete ya estoy vestida y desayunando. He de admitir que dado el respeto que me profesa la de al lado, soy un poco menos cuidadosa que de normal cuando me muevo, pero aún así, ni se inmuta. Salgo de casa y cojo el bus hasta la estación central. Cojo el billete y espero a que llegue el tren que debo coger. Es muy pronto para iniciar una excursión, pero prefiero aprovechar el tiempo, sobre todo ahora que las nubes aún aguantan. El viaje del tren es tranquilo; entablo una breve conversación con otro extranjero que va a mi mismo destino. Ah, ¿no os lo he dicho aún? ¡Hoy vamos a Lucca! La ciudad de la suerte que diría alguien que yo me sé. La verdad es que no se de dónde viene el nombre, pero es una ciudad preciosa. Después de salir por una estación de tren pequeñita me encuentro con una plaza amplia presidida por las murallas del casco antiguo. Son infinitas. Mires a izquierda o derecha solo ves muralla, y ahí, más cerca de lo que pensaba, una de las gigantescas puertas, con sus recovecos defensivos y sus pasos para peatones y carromatos y todo.
Compro un mapa con explicaciones (en italiano, como no) y me adentro a recorrer todas las calles. Lucca, la ciudad de las iglesias. No hay una manzana sin una de ellas, hoy convertidas en museos, locales o manteniéndose aún para el culto. En la plaza del palacio que conecta con la plaza del teatro me encuentro un mercado por las próximas fiestas de la ciudad. Fundas de móviles, ropa y un puesto muy especial de grabado en cerámica que me da una idea para regalo. Sigo vagando por las calles y me topo con la plaza del Duomo. Es una catedral preciosa, con una estructura que no había visto hasta ahora. La portada vertical sobresale del edificio. Asombrosa. Dice la leyenda que hay un diamante escondido en esa fachada, y que si estás en el punto exacto de la plaza, a la hora exacta, puedes verlo brillar en todo su esplendor. Voy dando la vuelta al Duomo mientras me fijo en las tiendas de la plaza. Me encuentro con una pastelería de más de 100 años 

donde venden un pan dulce que está de muerte. Me desvío para ver la casa museo de Puccini. Muy bonita ella en una plazoleta pequeñita muy elegante. Sigo hacia abajo y salgo de las murallas para poder ver los jardines del Palazzo Pfanner, que parecen estar sacados de la antigua grecia. Entro en una de las iglesias pegadas a la muralla y admiro la estructura interior, tiene una pila bautismal de lo más bonita, pero claro, hay que venir para poder verla. Recorro el resto de la ciudad admirando la Torre Guinigi y la Torre delle Ore; amén de la Plaza del Anfiteatro, un antiguo anfiteatro convertido en plaza comercial. En ella me encuentro un bar con un local al lado que ofrece un servicio de guardería para maridos, novios y demás hombres que se hayan visto obligados a acompañar de compras a sus compañeras. Una idea brillante.
Compro los regalos en el mercado y tomo algo antes de volver al tren, justo a tiempo antes de que empiece a llover.

El resto del finde va tranquilo pero hay que prepararse para las pocas semanas que me quedan aquí. 

Día 54, 55, 56, y 57

Cuatro días de trabajo a tope antes de un fin de semana bonito.

El día 54 es de lo más normal. Turno de mañana con todo lo que ello implica y, después de una magnífica carbonara, reunión en la Accademia para ver qué tal lo llevamos y qué tenemos que preparar para la última sesión. Iba con todas mis ganas de hablar en italiano, pero en cuanto sale el tema de Vero (si, esa que duerme a mi lado en mi casa se llama así), no puedo contenerme y lo suelto todo el castellano. Os voy a ahorrar la mayoría de la charla, basta decir que es una guarra integral que deja todo sucísimo y no recoge nada, aparte de los ruidos y comportamientos poco respetuosos que tiene. Como deberes para el próximo día tenemos que hacer una memoria donde reflejamos el viaje, la estancia, los amigos, las actividades que hemos hecho, el idioma... Todo lo que hemos pasado estos dos meses y medio aquí.

Lo más memorable del día 55 es la pedazo salsa que nos sacamos del bolsillo Francesco y yo. Salsa robiola: cebolla, un ajo llamado scaloigno (o algo así) caramelizado, tomates secos, robiola y fondo. Está brutalísima con pasta. Todo un descubrimiento. Y todo por aprovechar los ingredientes de los botes abiertos.

El día 56 y 57 los cuento a la vez. Entramos en mayo y aquí eso significa cambiar de carta. Lo raro de ese cambio es que alguno de los platos nuevos son más propios de la temporada de otoño-invierno. Dentro de los postres también hay cambios, y me enorgullece decir que confían en mi para realizar esos cambios. Fuera el crèpe de castañas y dentro la crema catalana.


Cuatro días duros sin parar.

Día 51, 52 y 53

Voy a acelerar un poco los días y centrarme en las cosas interesantes, ya que con los pocos días que me quedan, contar lo que hago todos los días en el curro me resulta aburrido, y supongo que a vosotros también.

Mi día 51 va de lo más normal. Turno de tarde, así que aprovecho la mañana para dormir y buscar información sobre los sitios que quiero visitar en mi último mes aquí. A la tarde me dejan cocinar unos cuantos segundos y preparar un poco de la cena de la familia.

El domingo (día 52) si es un día para contar. Estos últimos días ha estado haciendo solecito, pero hoy el cielo ha amanecido encapotado. Aún así, nada puede detenerme hoy. Desayuno, me hago un bocadillo y me marcho a la aventura de Florencia. Mi plan para hoy es subir hasta el Piazzale Michelangelo y dar una vuelta por la parte sur del río. Como no conozco mucho esa parte de la ciudad, me busco el autobús que me sube hasta el Piazzale, pero me pierdo un poco y tengo que mirar el mapa más de una vez. Justo cuando llego a la parada empieza a lloviznar, así que temo por mi día de excursión.
La vista desde la plaza es espectacular, de hecho, hago tantas fotos que no sé cuál poneros exactamente. Se puede ver toda la ciudad, de punta a punta y de canto a canto. Una auténtica preciosidad. Ayudo a una pareja joven a sacarse una foto con su bebé y me pongo a hacerle el álbum a Espumadera. Hace tanto viento aquí arriba que tengo que andarme con cuidado para que la cebra viajera no se convierta en la cebra voladora. La estatua de Michelangelo me decepciona un poco. Después de haber visto la copia de la Piazza della Signoria y la original en la Galleria della Accademia, ver otra copia más en bronce pues no asombra demasiado. Lo malo de subir hasta aquí cuando está lloviendo es que hay que esperar bastante rato al autobús para bajar.
La zona por la que va el autobús para bajar es algo así como Armentia. Estoy un poco perdida por esta parte de la ciudad pero la suerte hace que decida bajarme en la parada correcta. Subo hacia el río pasando por la antigua puerta de la muralla de la ciudad, y me voy parando cada pocos metros a leer las inscripciones de los edificios que hay en mi camino. Os voy a contar un secreto: siempre que vengo a esta parte del río, mi objetivo es muy claro, la Gelateria La Carraia. Es una maravilla comerse un helado de aquí, una autentica maravilla. Ya con mi helado voy mucho más contenta por la calle. Me meto en el centro y sigo paseando hasta que me canso. Son casi las cuatro para cuando me acerco a la parada del bus y me como un poco de bocata mientras espero. El resto de la tarde me la paso en casita descansado y viendo unas series, que ya hacía tiempo que no veía ninguna.


EL 53 es uno de tantos. Trabajo a la mañana, así que preelaboraciones diarias y saltear alguna que otra cosa. Como un poco de pasta con berenjena y tomate con lascas de parmesano que está riquísimo. Creo que la pasta con berenjena es uno de mis nuevos platos favoritos. Nos reímos mucho porque esta noche me han picado muchos mosquitos y parezco un alien. Y para colmo, me corto el dedo meñique. Como si fuera poco lo de las picaduras...

Día 50

Hoy toca turno de tarde así que me levanto con ganas de hacer cosas para aprovechar la mañana. Desayuno y me planteo la lista de la compra, pero aún tengo tantas cosas que me trajo la familia que no merece la pena salir a comprar. Es hora de iniciar un nuevo proyecto: la lista de música. Esto de escuchar tanto la radio en el curro me ha hecho descubrir canciones nuevas y se me ha ocurrido meterlas en una lista. Sencillo y brillante. Aunque claro, lo que parece sencillo al principio puede complicarse un poco. Encontrar ciertas canciones me lleva lo mío, algunas incluso ni siquiera están disponibles en Italia, pero al final, lo consigo.
A la tarde toca hacer mogollón de tareas. Pelo patatas como una campeona, preparo las espinacas y demás verduras, y dejo los frigos como una patena. Eso es limpieza y no lo que hace Don Limpio. Durante el servicio me encargo del aperitivo. Mi especialidad: carciofi friti. Y como no, preparo los postres y ayudo a ordenar todo.

Cojo el bus y llego a casa muerta, así que a dormir y hasta mañana. 

Día 49

Ayyy no puedo con mi alma. Estos dos días pateando la ciudad me han recordado a la semana pasada con la familia. Qué cansancio. Y encima hoy toca día duro en el curro, ya que el superchef Francesco no está (me ha dado su permiso para poner su nombre).

Llego al restaurante a mi hora y bajo a la sala de desayunos a buscar las llaves. Me encuentro con una lista de tareas para hacer en toda la mañana, pero antes de que llegue S. ya casi he terminado. El fondo está en proceso, todo lo que hay que sacar del congelador está descongelándose, todo lo cortable está cortado y las patatas están casi listas. Voy haciendo las tareas típicas del estudiante de prácticas: cortar tomates, pelar patatas, rellenar ingredientes en la linea de primeros y ayudo a fregar un poco mientras A. se toca las narices. Cuando llega la hora, corto el pan y pruebo un par de trozos. Por si no lo sabéis, probar el pan todos los días es muy importante. Nunca sabes cuál estará más bueno, si el de ayer, el de hoy o el de mañana. El caso es probar. El servicio empieza bien, pero nos vienen más personas de las que esperábamos y la cosa se lía. Se nota un montón que falta el único chef con formación de verdad. Los platos van saliendo cada uno de una forma, y yo, sinceramente, me siendo idiota. Me tienen ahí plantada mientras los platos salen tarde y mal. Desgraciadamente, no puedo hacer mucho, así que meto mano donde puedo y salgo de allí pitando en cuanto acaba mi turno.


A la tarde, aunque no debería, me pego la mayor siesta de la historia. Madre mía, que muerta estaba. Cuando me despierto estoy tan cansada que pico algo y me voy a la cama.