Cuatro
días de trabajo a tope antes de un fin de semana bonito.
El
día 54 es de lo más normal. Turno de mañana con todo lo que ello
implica y, después de una magnífica carbonara, reunión en la
Accademia para ver qué tal lo llevamos y qué tenemos que preparar
para la última sesión. Iba con todas mis ganas de hablar en
italiano, pero en cuanto sale el tema de Vero (si, esa que duerme a
mi lado en mi casa se llama así), no puedo contenerme y lo suelto
todo el castellano. Os voy a ahorrar la mayoría de la charla, basta
decir que es una guarra integral que deja todo sucísimo y no recoge
nada, aparte de los ruidos y comportamientos poco respetuosos que
tiene. Como deberes para el próximo día tenemos que hacer una
memoria donde reflejamos el viaje, la estancia, los amigos, las
actividades que hemos hecho, el idioma... Todo lo que hemos pasado
estos dos meses y medio aquí.
Lo
más memorable del día 55 es la pedazo salsa que nos sacamos del
bolsillo Francesco y yo. Salsa robiola: cebolla, un ajo llamado
scaloigno (o algo así) caramelizado, tomates secos, robiola y fondo.
Está brutalísima con pasta. Todo un descubrimiento. Y todo por
aprovechar los ingredientes de los botes abiertos.
El
día 56 y 57 los cuento a la vez. Entramos en mayo y aquí eso
significa cambiar de carta. Lo raro de ese cambio es que alguno de
los platos nuevos son más propios de la temporada de otoño-invierno.
Dentro de los postres también hay cambios, y me enorgullece decir
que confían en mi para realizar esos cambios. Fuera el crèpe de
castañas y dentro la crema catalana.
Cuatro
días duros sin parar.
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