Último
sábado en Florencia. Cada vez que miro mi ropa, las cosas que he
comprado, las que quedan por comprar y mi maleta, me deprimo. No me
va a caber todo ni de coña, y si cabe, me voy a pasar de peso si o
si. Pero eso hoy no me importa, porque me voy de excursión. Iba a
ser la última salida pero, como agradecimiento a haberles ayudado
con la tarta, mis caseros me van a llevar al único sitio que me
faltaba de mi lista inicial y al que sólo se puede acceder en coche.
Pero vamos a lo que vamos.
Me
despierto a las muy pronto por la mañana y aunque me he propuesto no
tener cuidado con Vero esta última semana, parezco más silenciosa
que de costumbre. Desayuno, me visto y cojo el bus hasta la estación
de tren. El viaje es tranquilo y tardo menos de lo que pensaba en
llegar a Pontedera. Salgo de la estación y voy en busca de la plaza
desde donde sale el bus que debo coger para llegar hasta Volterra.
Estoy muy contenta de que la gente me entienda cuando les pregunto
cosas en italiano. Compro el billete de ida y vuelta y me monto en el
bus. Este viaje si que es bastante más aburrido, pero el momento en
que Volterra aparece en la cima del monte justo tras una curva es
impresionante. Salgo del bus y me dirijo a la plaza principal donde
está la oficina de información y turismo. Me dan una guía en
italiano e información sobre las 1000 Millas, que da la casualidad
de que pasan hoy por aquí. Entro a la exposición de coches antiguos
que han puesto por la ocasión y saco fotos mil. Voy haciendo la ruta
que recomiendan en la guía y asombrándome cada vez más con los
edificios, las calles, tiendas... todo es precioso. El cuanto veo el
arte de alabastro que se hace aquí tengo claro que me iré con una
pieza a casa. La cosa está en saber qué me llevaré. Llego hasta
las ruinas del teatro romano tras pararme cada dos por tres a
fotografiar los preciosos coches antiguos que pasan cada poco por el
circuito callejero que han preparado: Ferraris, Fords, Citroens,
Lamborghinis... qué envidia y qué felicidad.
Las
callejuelas son estrechas y se agradece la sombra. Grandes arcos con
cristaleras unen edificios a 10 metros sobre el suelo de vez en
cuando. Llego a una pequeña ermita en uno de los extremos del
pueblo. Más allá sólo está la falta de la colina. Desde aquí hay
unas vistas preciosas de los campos de cultivo colindantes. Cerca de
la ermita hay una fuente natural enmarcada por dos arcos góticos.
Antes se utilizaba como lavandería y abrevadero, pero ahora es
meramente decorativa.
Recorro
el borde de Volterra hasta llegar al Duomo. El edificio principal es
muy modesto comparado con lo que nos tiene acostumbrados la Toscana,
pero el baptisterio tiene una bonita planta hexagonal. Me acerco a la
plaza principal donde he comenzado mi vuelta a la ciudad y observo
los escudos de piedra que decoran las paredes principal de los
edificios. Parece que decenas de familias se unen aquí para dar
testimonio de su paso por la historia.
Me
dedico a pasear, sin acercarme mucho a la cárcel aún en
funcionamiento, y a mirar tiendas el resto del día. Al final
encuentro los detalles perfectos para llevar a casa, y a un precio
increíble.
Hago
el viaje de vuelta hasta Florencia y me encuentro con que ha estado
lloviendo toda la mañana, así que el ambiente es algo más gris que
estos últimos días. Pero esto no va a amargarme el día. Dado que
he llegado a una hora decente, voy a tachar una de las cosas de la
lista por hacer: ¡brownie en el Hard Rock Cafe! Que cosa más rica,
madre mía. Y así, os dejo disfrutar de lo que para mi ha sido uno
de los mejores días de esta maravillosa experiencia.
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