Me
despierto pronto, desayuno y me preparo un bocata para comer. Cojo el
bus y voy a buscarlos a su albergue, que está situado justo en la
plaza del mercado del jabalí. Me encuentro con el grupo de
expedición de la compra, subimos y les ayudo a preparar el desayuno
mientras terminan de prepararse todos. S. está escribiendo la postal
que envían desde todos los sitios que visitan. En ella hasta
mencionan mi presencia como guía y me hacen firmar. Cuando todos han
desayunado y se están ultimando los bocatas de la comida, nos
convocan a todos en la habitación más grande y... ¡regalo! Me
muero de vergüenza. Me han traído una jarra de cerveza de Munich
enoooorme. Me encanta tanto que prometo utilizarla para comer
cereales mientras esté aquí, y cuando vuelva a Vitoria, nos
tomaremos algo juntos con la jarra. Cogemos las mochilas y a patear.
Tengo varias rutas posibles en la cabeza, pero elijo la que nos
permita verlo todo antes para poder dejar tiempo para compras y
maletas a la tarde, ya que ellos se van mañana muy pronto. Pasamos
por el Palazzo Vecchio otra vez en dirección a Santa Croce. Después
bajamos por el río hasta la Galeria degli Ufizzi y cruzamos el ponte
Vecchio. Vamos hasta el Palazzo Piti y hacemos un alto para
enseñarles la “plaza del tuerto florentina”. Pregunto si alguien
tiene hambre, me dicen que no, y yo sugiero ir a tomar un helado en
la mejor heladería de la ciudad. Oye, de repente hay hambre. La
mención del helado es mágica para los estómagos.
Y como no, hay
tantos donde elegir que siempre queda alguno por probar. Veo que J.
Ha cogido tarta de queso, y como ese no lo he probado, le robo una
cucharada con todo el morro.
La siguiente parada es en el Ponte Santa
Trinita, ya que desde allí pueden hacer unas fotos preciosas del
Ponte Vecchio. Las chicas se paran en los puestos de recuerdos y los
chicos empiezan a aburrirse, así que les indico donde está la
tienda de Ferrari. Todos contentos. Estamos ya en la Piazza de la
Republica y queda muy poco por ver. Si hubieran venido a pasar dos
días y medio, hubiéramos subido al Duomo al menos, pero están tan
poquito tiempo que no da para más. Pasamos por la catedral en
dirección a San Lorenzo, pues sólo nos falta eso por visitar.
Comemos el bocata a la sombra y nos damos una hora para recorrer
las calles adyacentes al mercado central, esas que están llenas de
puestecillos. Algunos salen disparados, pero yo me quedo con mis
compañeras para ayudarles con las compras. Tienen un espacio
reducido, así que nada de gran tamaño. Van haciendo lista de deseo
y les voy llevando a los puestos para cumplir sus peticiones. Poco
antes de la hora acordada estamos en el punto de encuentro con
tooooodo lo que queríamos.
Algunos
vamos en busca de un restaurante con comida para celiacos mientras el
resto va al albergue a descansar y preparar mochilas. Reservamos en
uno cerca de San Marco y volvemos al albergue. Yo me voy con mis
compañeras y nos reímos mucho contando historias y anécdotas
pasadas a las “nuevas”. Compartimos un poco de chocolate que
compraron en Milka cuando estuvieron en Munich, que rico. Es como
estar en casa. Si el año que viene hacen otro viaje como este, haré
todo lo que haga falta para poder ir con ellos. Como aun es pronto
para la cena, organizamos dos grupos para ir a comprar alguna cosilla
de última hora. El grupo 'expedición madera' parte hacia la tienda
de regalos de madera con la moto gigante y los Pinochos. Yo, como no,
guío a la 'expedición chocolate' hasta Lindt. Babas por todas
partes. Volvemos al albergue y cuando llegan los que faltan vamos
hacia el restaurante. No nos han podido poner en una sola mesa, así
que nos distribuimos entre las tres que nos han reservado. Me toca
con los monitores jefes y con gente que no conocía hasta el momento,
pero me lo paso genial. Me encantan estos viajes entre
colegas/monitores/entrenadores. Son como una gran familia. Algunos
quieren ir de fiesta, pero yo acompaño a los que se quieren ir al
albergue, ya que tengo que coger mi abrigo y mi superjarra de Munich.
Pero la puerta del cuarto donde he dejado mis cosas está cerrada, y
la llave la tienen las que se han ido de marcha; esperemos que no
tarden mucho. Para hacer tiempo, ayudo a preparar los bocadillos para
el viaje de mañana y justo cuando terminamos, se abre la puerta y
entra mi salvadora con las llaves en la mano. M. y M. insisten en que
vuelva en taxi a casa, pero mi decisión es clara. Si no cogí un taxi
el día que llegué aquí, no voy a hacerlo ahora que me conozco los
horarios de buses. Me despido de los que están en el piso, los besos
y los abrazos vuelan por doquier, y prometemos quedar cuando vuelva a
Vitoria.
Llego
a casa muerta de tanto andar, se me habían curado ya las agujetas de
estar con mi familia. Mando un mensaje para que sepan que he llegado
y caigo en la cama casi dormida ya. Espero que les haya gustado estos
dos días que han pasado en Florencia, desde luego, haberles
acompañado ha sido todo un placer. Os quiero, chicos.