Sábado
sabadete y... ¡excursión al canto! Si, ayer estuve de tarde y
llegué más tarde aún a casa, pero hoy, en cuanto suena el
despertador, salto de la cama y en un periquete ya estoy vestida y
desayunando. He de admitir que dado el respeto que me profesa la de
al lado, soy un poco menos cuidadosa que de normal cuando me muevo,
pero aún así, ni se inmuta. Salgo de casa y cojo el bus hasta la
estación central. Cojo el billete y espero a que llegue el tren que
debo coger. Es muy pronto para iniciar una excursión, pero prefiero
aprovechar el tiempo, sobre todo ahora que las nubes aún aguantan.
El viaje del tren es tranquilo; entablo una breve conversación con
otro extranjero que va a mi mismo destino. Ah, ¿no os lo he dicho
aún? ¡Hoy vamos a Lucca! La ciudad de la suerte que diría alguien
que yo me sé. La verdad es que no se de dónde viene el nombre, pero
es una ciudad preciosa. Después de salir por una estación de tren
pequeñita me encuentro con una plaza amplia presidida por las
murallas del casco antiguo. Son infinitas. Mires a izquierda o
derecha solo ves muralla, y ahí, más cerca de lo que pensaba, una
de las gigantescas puertas, con sus recovecos defensivos y sus pasos
para peatones y carromatos y todo.
Compro
un mapa con explicaciones (en italiano, como no) y me adentro a
recorrer todas las calles. Lucca, la ciudad de las iglesias. No hay
una manzana sin una de ellas, hoy convertidas en museos, locales o
manteniéndose aún para el culto. En la plaza del palacio que
conecta con la plaza del teatro me encuentro un mercado por las
próximas fiestas de la ciudad. Fundas de móviles, ropa y un puesto
muy especial de grabado en cerámica que me da una idea para regalo.
Sigo vagando por las calles y me topo con la plaza del Duomo. Es una
catedral preciosa, con una estructura que no había visto hasta
ahora. La portada vertical sobresale del edificio. Asombrosa. Dice la
leyenda que hay un diamante escondido en esa fachada, y que si estás
en el punto exacto de la plaza, a la hora exacta, puedes verlo
brillar en todo su esplendor. Voy dando la vuelta al Duomo mientras
me fijo en las tiendas de la plaza. Me encuentro con una pastelería
de más de 100 años
donde venden un pan dulce que está de muerte. Me desvío para ver la casa museo de Puccini. Muy bonita ella en una plazoleta pequeñita muy elegante. Sigo hacia abajo y salgo de las murallas para poder ver los jardines del Palazzo Pfanner, que parecen estar sacados de la antigua grecia. Entro en una de las iglesias pegadas a la muralla y admiro la estructura interior, tiene una pila bautismal de lo más bonita, pero claro, hay que venir para poder verla. Recorro el resto de la ciudad admirando la Torre Guinigi y la Torre delle Ore; amén de la Plaza del Anfiteatro, un antiguo anfiteatro convertido en plaza comercial. En ella me encuentro un bar con un local al lado que ofrece un servicio de guardería para maridos, novios y demás hombres que se hayan visto obligados a acompañar de compras a sus compañeras. Una idea brillante.
Compro
los regalos en el mercado y tomo algo antes de volver al tren, justo
a tiempo antes de que empiece a llover.
El
resto del finde va tranquilo pero hay que prepararse para las pocas
semanas que me quedan aquí.
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