Ayyy
no puedo con mi alma. Estos dos días pateando la ciudad me han
recordado a la semana pasada con la familia. Qué cansancio. Y encima
hoy toca día duro en el curro, ya que el superchef Francesco no está
(me ha dado su permiso para poner su nombre).
Llego
al restaurante a mi hora y bajo a la sala de desayunos a buscar las
llaves. Me encuentro con una lista de tareas para hacer en toda la
mañana, pero antes de que llegue S. ya casi he terminado. El fondo
está en proceso, todo lo que hay que sacar del congelador está
descongelándose, todo lo cortable está cortado y las patatas están
casi listas. Voy haciendo las tareas típicas del estudiante de
prácticas: cortar tomates, pelar patatas, rellenar ingredientes en
la linea de primeros y ayudo a fregar un poco mientras A. se toca las
narices. Cuando llega la hora, corto el pan y pruebo un par de
trozos. Por si no lo sabéis, probar el pan todos los días es muy
importante. Nunca sabes cuál estará más bueno, si el de ayer, el
de hoy o el de mañana. El caso es probar. El servicio empieza bien,
pero nos vienen más personas de las que esperábamos y la cosa se
lía. Se nota un montón que falta el único chef con formación de
verdad. Los platos van saliendo cada uno de una forma, y yo,
sinceramente, me siendo idiota. Me tienen ahí plantada mientras los
platos salen tarde y mal. Desgraciadamente, no puedo hacer mucho, así
que meto mano donde puedo y salgo de allí pitando en cuanto acaba mi
turno.
A
la tarde, aunque no debería, me pego la mayor siesta de la historia.
Madre mía, que muerta estaba. Cuando me despierto estoy tan cansada
que pico algo y me voy a la cama.
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