lunes, 8 de junio de 2015

Día 49

Ayyy no puedo con mi alma. Estos dos días pateando la ciudad me han recordado a la semana pasada con la familia. Qué cansancio. Y encima hoy toca día duro en el curro, ya que el superchef Francesco no está (me ha dado su permiso para poner su nombre).

Llego al restaurante a mi hora y bajo a la sala de desayunos a buscar las llaves. Me encuentro con una lista de tareas para hacer en toda la mañana, pero antes de que llegue S. ya casi he terminado. El fondo está en proceso, todo lo que hay que sacar del congelador está descongelándose, todo lo cortable está cortado y las patatas están casi listas. Voy haciendo las tareas típicas del estudiante de prácticas: cortar tomates, pelar patatas, rellenar ingredientes en la linea de primeros y ayudo a fregar un poco mientras A. se toca las narices. Cuando llega la hora, corto el pan y pruebo un par de trozos. Por si no lo sabéis, probar el pan todos los días es muy importante. Nunca sabes cuál estará más bueno, si el de ayer, el de hoy o el de mañana. El caso es probar. El servicio empieza bien, pero nos vienen más personas de las que esperábamos y la cosa se lía. Se nota un montón que falta el único chef con formación de verdad. Los platos van saliendo cada uno de una forma, y yo, sinceramente, me siendo idiota. Me tienen ahí plantada mientras los platos salen tarde y mal. Desgraciadamente, no puedo hacer mucho, así que meto mano donde puedo y salgo de allí pitando en cuanto acaba mi turno.


A la tarde, aunque no debería, me pego la mayor siesta de la historia. Madre mía, que muerta estaba. Cuando me despierto estoy tan cansada que pico algo y me voy a la cama. 

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